viernes, 25 de octubre de 2013

Competir para aprender


¿Es sana la competición en el deporte infantil? ¿Debe existir en categorías infantiles o deben erradicarse los partidos, las clasificaciones y cualquier manifiesto de diferencia entre deportistas? 

"La competición no fomenta valores positivos en los niños; provoca diferencias entre los equipos y los participantes y, en consecuencia, discriminación y comparaciones negativas".
"Lo único que conseguimos es rechazo al deporte por parte de los perdedores y la pérdida de la cultura de esfuerzo de los que siempre ganan".
"La competición saca a relucir la versión insana, deshonesta y tramposa del deportista, provocando peleas, actitudes agresivas y desmesuradas y frustraciones".

Estas frases las podemos escuchar en algunos foros y discusiones acerca de la conveniencia de implantar la competición en el deporte infantil y juvenil. Son la posición más extrema contra el tema que estoy tratando, pero no por ello la menos extendida.
Es una disyuntiva que viene de lejos, pero que se ha acentuado en los últimos años, al mismo ritmo que ha aumentado el número de niños que practican algún deporte y los estudios de la repercusión que tiene en sus pequeñas cabecitas y en sus futuros dicha práctica.
Cuando me refiero a deporte infantil, hablo de edades comprendidas a partir de 6-7 años, edad de iniciación al deporte y cuando muchos de ellos no tienen claro todavía el deporte que les gusta practicar.

¿Es posible educar a un deportista compitiendo? 
Estos pequeños deportistas DEBEN estar siendo entrenados por EDUCADORES. Y sí, reitero, entrenados por educadores. Puede parecer contradictorio, pero no lo es; porque el hecho de entrenar no debe estar reñido con el de educar, ni viceversa.
¿Se han de suprimir todos los valores positivos que tiene la competición para educar correctamente a un niño deportista?
Esta última cuestión sí me parece contradictoria, porque si se pretende ofrecer una educación integral y completa, se deben abarcar todos los valores que le aporten algo positivo; y la competición entiende mucho de eso.

La competición nos enseña a esforzarnos partido tras partido, minuto tras minuto; nos enseña a respetar al contrario a pesar de cualquier circunstancia; a colaborar con nuestros compañeros en busca de un objetivo común; nos ayuda a relativizar los éxitos y los fracasos (si se permiten estos términos tan absolutos y contundentes); nos permite marcarnos objetivos a corto, medio y largo plazo; nos indica dónde pueden estar nuestros límites y a luchar por superarlos. Nos enseña que ese día de la semana es especial, que tienes un compromiso contigo mismo y con tus compañeros de dar el máximo de tus capacidades.
También es cierto, que mal entendida, crea conflictos, genera diferencias y pérdida de motivación, y hace que algunos pierdan las formas y utilicen todo tipo de armas con tal de salir victoriosos. Genera ansiedad, frustración e infinidad de sinsabores.
¿Pero quién tiene la culpa de eso? ¿La competición o el entrenador/educador? ¿Es la propia competición la que genera esos valores? ¿O es culpa de los actores que rodean al deportista? (véase artículo anterior de este blog para reconocer alguno de esos actores secundarios)

La formación del entrenador es fundamental para encauzar y canalizar positivamente los valores positivos de la competición y erradicar todos aquellos que no lo sean. 

Un equipo puede ir ganando por mucha diferencia en el marcador y puede seguir compitiendo con respeto y marcándose objetivos dentro de ese partido. No existe el partido ni el ejercicio perfecto; en deporte siempre hay margen de mejora, por lo que será responsabilidad del entrenador, a pesar del abultado marcador, encontrar los aspectos a mejorar para el siguiente encuentro. Un deportista que siempre gana, puede perder su motivación y su humildad, por lo que ahí encontramos una fuente de entrenamiento inagotable.

Y para el que va perdiendo, su entrenador deberá extraer los aspectos positivos del partido y reconocer que han sido mejores que tú, algo que no creo que cause un trauma irreparable en los jugadores; y hacerles conscientes que, para tener opciones en el siguiente, tendrán que esforzarse mucho más si quieren mejorar sus resultados. Deberá trabajar la motivación y la autoestima de sus jugadores y hacerles entender que en el deporte, la palabra fracaso sólo aparece cuando no se intentan las cosas. El que lo intenta una y otra vez nunca puede considerar que fracasa, porque el simple hecho de hacerlo ya le convierte en un deportista envidiable.

La competición ya no parece tan mal acompañante, aunque en ningún momento he dicho que fuera fácil lograrlo...